Cuando no sentimos que nuestra persona fue valorada o respetada en la infancia, podemos tener la herida emocional de la injusticia, creyendo que no recibimos lo que merecíamos por quienes nos trataron con desigualdad, con frialdad, autoritarismo o excesiva exigencia.
También existe si creemos que nos dieron muchas más cosas materiales que al resto. La reacción habitual es distanciarnos de nuestros sentimientos y reprimirlos para proteger nuestra conciencia, volviéndonos personas rígidas con tendencia al perfeccionismo en la exactitud y la justicia. Esta rigidez lleva al deseo de tener claro qué es lo bueno y lo malo, lo correcto y lo incorrecto. En la comunicación no verbal, tienden a protegerse de los demás cruzando los brazos por delante del pecho o bloqueando sus extremidades en posición defensiva. Asimismo, prefieren los colores oscuros en su ropa y todo lo que suponga control emocional. Si nuestros padres fueron demasiado estrictos y exigentes, probablemente nos dieron la impresión de no valorarnos por nosotros mismos, y de mayores estaremos convencidos de que solo se nos puede apreciar por lo que hacemos, y no por lo que somos. Por ello nos exigiremos demasiado para hacerlo todo perfecto, llevándonos a no tener tiempo para nada, ni para descansar… Si lo que más valoramos es la justicia, tenderemos a merecer lo que recibimos, porque, a veces, nos parecerá más injusto ser beneficiados por la suerte que lo contrario. En general sentiremos envidia de las personas que más reciben en la vida con poco esfuerzo.
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Sentir el engaño es un sentimiento muy habitual en la infancia porque es frecuente que madres y padres hagan promesas que olviden cumplir o no puedan mantener.
Como consecuencia, el niño pierde la confianza en sus progenitores, de los que es probable que tuviera unas expectativas elevadas. La herida emocional de la traición también puede provenir de una traición o de un engaño de un progenitor al otro, que el niño siente entonces como si la hubiera sufrido en primera persona. Como consecuencia de la decepción, no se fía de nadie. Es probable que tienda a controlar a las demás personas para protegerse de otro engaño, asegurándose de que cumplirán sus compromisos y se comportará de forma fiel y responsable. Personas de carácter fuerte y enérgico, defienden con vehemencia lo que cree y espera de las demás personas. Desean controlar las situaciones y decir la última palabra. Se enervan con las personas que se explican de manera confusa o muy lentamente porque suelen ser impacientes, que, en ocasiones, puede llegar a la agresividad. Desea adelantarse a los acontecimientos y detesta lo inesperado por darle la impresión de no controlar el futuro y ser objeto de una nueva traición. Por tanto, su cabeza “no para”, por ejemplo, mientras trabaja, planifica las vacaciones; y ya en vacaciones, piensa en el trabajo… Les resulta difícil delegar en otras personas y confiar en ellas. Sin embargo, le desagrada que los demás desconfíen, porque si alguien no confía en su persona, siente que le ha traicionado. Tanto es así que su reputación es un valor muy importante que defenderá por encima de todo, incluso se inventará excusas para justificar su conducta. Como suelen confundir ayudar con controlar, les gusta organizar la vida a las demás personas cercanas, sin preguntar lo que en realidad necesitan. Intenta evitar mostrar necesidad, ni pedir ayuda, ni admitir sus problemas. Prefiere mostrarse fuerte en toda ocasión para evitar que alguien aproveche su vulnerabilidad para traicionarle y hacerle daño. Les cuesta responsabilizarse de la ruptura de un compromiso, material o afectivo, porque estaría traicionando su palabra; en todo caso se las ingenia para provocar que, por ejemplo, sea su pareja quien decida la separación. Cuando en la infancia percibimos que nuestra madre o nuestro padre se avergüenza de nuestra persona por algo, por ejemplo
Cuando sentimos humillación en la infancia, a menudo, desarrollamos una actitud masoquista en la adultez: satisfacción en el sufrimiento. Para humillarnos y castigarnos antes de que otra persona lo haga. Por otra parte, es frecuente que la persona sienta el deber de preocuparse por hacer todo por los demás y cuidarles, como consecuencia de su tendencia a castigarse y a imponerse obligaciones. Están hartas de esta situación y, a la vez, las perpetúan asumiendo responsabilidades que no le corresponden y sintiéndose culpable cuando no puede cumplir con ellas. Tiende a estar demasiado atenta a los cambios del estado de ánimo de las demás personas, desatendiendo sus propias necesidades frecuentemente, que les cuesta reconocer y manifestar. Para evitar que sus seres queridos pasen vergüenza, tiende a una conducta controladora de la apariencia, la educación, y la forma en que visten, etc., pudiendo llegar a la tiranía e incluso a humillar a otros. |
Santiago CherbitPsicologo Archives
Noviembre 2020
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