Los dos aspectos de la vida con mayor impacto en la calidad de vida son el trabajo y las relaciones con otras personas, debido a lo mucho que nos influyen y al tiempo que dedicamos a ellos. Una conciencia capaz de prestar atención a las actividades que sean gratificantes por si mismas, puede llegar a ser una fuente de disfrute. En tal caso se trataría de identificar tales actividades y escenarios más propicios. Sin embargo, lo externo no garantizan el disfrute personal, ya que se trata de una experiencia subjetiva y depende de la capacidad de cada persona para sentirlo. Según M. Csikszentmihalyi lo eficiente para vivir una vida llena de intensidad y significado, implica aprender a controlar la conciencia, a reconocer oportunidades, a mejorar las habilidades y a fijarse metas alcanzables. La experiencia óptima, ese momento en el que las personas estamos tan involucrados en una actividad que su realización es intrínsecamente gratificante y nada más parece importarnos, es un estado humano con características universales. Nuestra conciencia organiza y priorizar las sensaciones, sentimientos, percepciones e ideas frente a lo que está sucediendo dentro y fuera de nosotros, para actuar en consecuencia. Porque al estar consciente, una persona no sólo se expone a un universo de estímulos, sino que es capaz de controlarlos y tener un cierto control. La conciencia es información ordenada de alguna manera, definida por cada persona a través de su atención. La combinación de todo lo que pasa por nuestra conciencia -recuerdos, acciones, deseos, placeres y dolores- determina nuestra prioridad de objetivos de vida. Y como la atención es la que determina lo que entra o no en la conciencia y, por tanto, es la responsable de que sucedan otros actos mentales -como el recuerdo, el pensamiento, el sentimiento o la toma de decisiones-, la forma y el contenido de la vida dependen de la manera en que se utilice la atención. Las actividades que requieren todo nuestro esfuerzo y concentración son las que nos proporcionan sensación de felicidad porque la experiencia óptima, que ocurre cuando la información que llega a la conciencia es congruente con las metas de la personalidad permite que la energía mental puede fluir sin ningún esfuerzo. Cuando organizamos la conciencia para maximizar las situaciones de flujo, la calidad de vida mejora, pues hasta lo rutinario podrá adquirir un propósito y volverse fuente de disfrute.
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![]() Hemos experimentado el miedo en algún momento porque es una emoción básica, cuya función es la supervivencia. Cuando percibimos un peligro, se activa el miedo a modo de alarma para huir o luchar, activando reacciones fisiológicas en el cuerpo a través de la amígdala, el hipocampo, el sistema nervioso simpático y el sistema adreno-cortical, que libera las “hormonas del estrés”: adrenalina y noradrenalina. De esta manera el metabolismo se acelera para que el cuerpo pueda realizar esfuerzos extremos: · el corazón late con rapidez para llevar sangre y oxigenar los órganos, · la respiración será más rápida y superficial para incrementar la disponibilidad de oxígeno · los músculos se tensan para correr o facilitar el enfrentamiento físico · las pupilas se dilatan para que la retina capte más luz y podamos detectar posibles vías de escape. En ocasiones esta alarma se activa sin que exista un peligro real al que se pueda hacer frente huyendo o luchando, como por ejemplo un despido o una situación de estrés intenso. Los cambios fisiológicos se producirán igualmente, no servirán de nada y nos preocuparán porque notaremos que · nos late el corazón deprisa · estamos respirando superficialmente y cierto mareo por la oxigenación · estamos temblando por la tensión muscular intensa · tenemos ganas de hacer “algo”, como salir de donde estamos y huir. En función de nuestra interpretación de lo que nos esté pasando, podrá prolongarse y amplificarse el miedo; por ejemplo, cuando pensamos que estamos sufriendo un accidente cardíaco, que nos estamos ahogando o que nos vamos a desmayar. Lo que termina por convencernos de que, efectivamente, existe un peligro, generando así una espiral de activación de síntomas que puede llevar a una crisis de ansiedad. Fuente: A. G. Fariñas Conviene afrontar la situación con la verdad por delante, dado que la muerte esí consustancial a las personas y evitar hablar de ella es negar nuestra realidad.
Podría atravesar diferentes fases en muy poco tiempo, frecuemtemente rabia y miedo en función de su personalidad, por lo que deberemos ajustar nuestra comunicación a su personalidad y edad. Entre los 3 y los 6 años Preguntas que suelen hacer de cómo son las cosas en el lugar donde está la persona fallecida:
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Santiago CherbitPsicologo Archives
Enero 2021
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