![]() Degustar nuestros alimentos favoritos nos resulta emocionalmente agradables para muchos. Así la comida se convierte en algo más que nutrientes. Tras una buena comida, el cerebro libera una hormona asociada al placer llamada dopamina y nos sentimos bien con una sensación de calma y un estado letárgico en el que el ánimo tiende a ser positivo. En tales casos la comida funciona como un consuelo para momentos desagradables y como un premio para los buenos. De hecho, frecuentemente las festividades son celebradas con comida. En otros casos sentimos nostalgia saboreando los platos de ocasiones especiales. Sentimientos de tristeza, vergüenza o ansiedad pueden ser favorecidos con un alimento que sabíamos que no debíamos tomar, porque no era sano o, si estabamos a dieta, no forma parte de ella. El placer asociado al dulce es innato, mientras que el amargo y el picante son rechazados de forma natural por los bebés. Un ejemplo de ello lo podemos ver en el cine con la típica escena en la que, ante un problema sentimental, se busca consuelo con un bote de helado. Desde que siendo niños recibimos un caramelo para consolarnos y tranquilizarnos, la comida se transformó en emoción. Desde entonces la comida se utiliza para celebrar algo, calmarse, aliviar el aburrimiento, la tristeza o la angustia. Siendo una conducta difundida: tomar la tarta de cumpleaños porque lo contrario sería de mala educación, hacerse un homenaje con chocolates o dulces al acabar el trabajo, o tomar una caña o una copa al hacer vida social. En general ello no tiene por qué ser malo, salvo en los casos de vínculo emocional con la comida porque dependemos de esta para sentirnos bien. A veces, un gran apetito implica es cuando peor te encuentras emocionalmente. Lo orgánico no es lo único que regula el hambre y la cantidad de comida. También hay que tener en cuenta el estado de ánimo. Fuente: H. Post
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Santiago CherbitPsicologo Archives
Enero 2021
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