Cuando no sentimos que nuestra persona fue valorada o respetada en la infancia, podemos tener la herida emocional de la injusticia, creyendo que no recibimos lo que merecíamos por quienes nos trataron con desigualdad, con frialdad, autoritarismo o excesiva exigencia.
También existe si creemos que nos dieron muchas más cosas materiales que al resto. La reacción habitual es distanciarnos de nuestros sentimientos y reprimirlos para proteger nuestra conciencia, volviéndonos personas rígidas con tendencia al perfeccionismo en la exactitud y la justicia. Esta rigidez lleva al deseo de tener claro qué es lo bueno y lo malo, lo correcto y lo incorrecto. En la comunicación no verbal, tienden a protegerse de los demás cruzando los brazos por delante del pecho o bloqueando sus extremidades en posición defensiva. Asimismo, prefieren los colores oscuros en su ropa y todo lo que suponga control emocional. Si nuestros padres fueron demasiado estrictos y exigentes, probablemente nos dieron la impresión de no valorarnos por nosotros mismos, y de mayores estaremos convencidos de que solo se nos puede apreciar por lo que hacemos, y no por lo que somos. Por ello nos exigiremos demasiado para hacerlo todo perfecto, llevándonos a no tener tiempo para nada, ni para descansar… Si lo que más valoramos es la justicia, tenderemos a merecer lo que recibimos, porque, a veces, nos parecerá más injusto ser beneficiados por la suerte que lo contrario. En general sentiremos envidia de las personas que más reciben en la vida con poco esfuerzo.
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Santiago CherbitPsicologo Archives
Noviembre 2020
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