![]() Despertarse. Notarse algo nervioso y, no obstante, seguir con la rutina habitual. Ducharse. Bajar a tomar un café antes de la reunión de la mañana. Hasta que llega la taquicardia. Es la señal que mandó el cuerpo de Carlos para avisarle de que algo no iba bien. “Envié un mensaje al curro diciendo que no me encontraba bien, me fui a la cama e intenté contar de cien a cero”, relata Carlos, “cuando me relajé un poco salí de la cama y me fui directo al hospital”, donde le diagnosticaron depresión y trastorno de ansiedad. Y con ello convive desde julio. Dos pastillas al día, una visita al psiquiatra cada dos meses, y una consulta -privada- semanal con el psicólogo. “Me cuesta mucho concentrarme, me dan subidas y bajadas de ánimo, a veces estoy aturdido, a veces estoy con gente y me quiero ir a casa, a veces me dan muchas ganas de drogarme, de emborracharme o de comer mucho”. Según las cifras de nuestro Sistema Nacional de Salud, el 11% de los problemas de salud crónicos están relacionados con la salud mental. La Organización Mundial de la Salud ha advertido que la pandemia está incrementando la demanda de los servicios de salud. “Muchas personas han aumentado su consumo de alcohol o drogas y sufren problemas de insomnio y ansiedad”, concluye el estudio realizado en 130 países. Los síntomas de la COVID-19 no solo los padece quien se contagia, sino quien sufre el duelo por perder a un ser querido, quien se siente aislado debido al confinamiento, o a quien la crisis le deja sin trabajo. Estos factores “están generando o agravando trastornos de salud mental”, advierte la OMS. “Con la crisis en 2009 aumentó la patología mental alrededor del 20% y ahora tenemos la crisis económica más todo lo derivado de la pandemia”. Un estudio realizado con 3.480 personas en España destaca que casi el 19% presentaba síntomas compatibles con la depresión, el 21% con la ansiedad, y hasta un 15% padecía trastorno de estrés postraumático. Desde el principio de la pandemia las personas mayores han sido los pacientes de riesgo por excelencia. La brecha digital de esta generación también ha provocado la interrupción de muchos de sus tratamientos, y el aislamiento social. “Existe un empeoramiento cognitivo muy importante de estas personas, porque sus centros de día han cerrado, sus rehabilitaciones han parado”, según R. Vaca, gerontólogo y neuropsicólogo. También pérdida de movilidad, soledad, ansiedad e incluso sentimiento de culpa al ver cómo sus compañeros de residencia fallecían y ellos no. “Mucha gente joven ha estado dos meses en casa sin hacer nada, en los que han aumentado las compras compulsivas en internet y el consumo de pornografía”, según la Confederación de Salud de España, que recuerda que el suicidio es la segunda causa de muerte en la población de 15 a 29 años y que durante estos meses ha “notado el aumento de intentos”. La crisis para este grupo se recrudece, con uno de cada tres jóvenes en paro y un tercio de los que trabajan, en ERTE. No saber si vas a perder el trabajo, no ir al colegio, no poder ver a los tuyos o perderlos suele producir una respuesta emocional de ansiedad, “normal y esperable”. La Confederación Salud Mental España recuerda la importancia de normalizar estas enfermedades. “Las personas que tienen trastornos mentales padecen un estigma muy grande, pierden amistades y a veces el apoyo familiar”, advierte Nel González, “y en los casos de problemas de salud mental grave automáticamente pierde cualquier tipo de crédito para su entorno y la sociedad en general”. Un proceso que “pone en riesgo” la dignidad de la persona. Por esa razón Carlos evitó contar en el trabajo que tenía depresión y ansiedad: “No quería que nadie me tratara distinto, pero lo he dicho porque he pasado dos o tres meses donde mi rendimiento en el trabajo ha bajado muchísimo”. Fuente: A. Silvente. Newtral.es
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Santiago CherbitPsicologo Archives
Noviembre 2020
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